El fútbol, como espectáculo de masas, es un terreno de disputa política. Sobre la cancha no solo corren 22 futbolistas, sino que transitan discursos en pugna y mitologías en permanente construcción. Este otro partido desborda los límites del estadio y se juega en el imaginario de pueblos enteros cuyos traumas, expectativas y pasiones se proyectan sobre esa cancha de algunos miles de metros cuadrados.
Por Manuel González Ayestarán
Mario Saralegui, Ruben Paz, Gerardo Caetano, Américo Silva, Daniel Maynard, Luis Fleitas, Hugo de León. Foto: Archivo Maynard.
Gerardo Caetano es el principal referente de historia política de Uruguay y, hasta sus 24 años, se desempeñó como centro delantero profesional, en Defensor Sporting, Central, Club Punta del Este y en el seleccionado de Maldonado. Las lesiones físicas lo fueron apartando progresivamente de las canchas, lo que hace que actualmente se declare únicamente hincha y espectador. No obstante, con centenares de publicaciones y méritos académicos en su haber, todavía declara: “muchas veces sueño que sigo siendo futbolista y me veo jugando partidos”.
¿Qué relaciones destacas entre el campo político y el futbolístico en Uruguay?
Muchas. Quien dice que entre fútbol y política no pasa nada, o no sabe nada o es un gran mentiroso. La política y el fútbol en Uruguay están intrínsecamente unidos en muchos aspectos desde los orígenes del fútbol uruguayo. El creador de la Copa América de selecciones fue un político colorado muy destacado, Héctor Rivadavia Gómez Sanguinetti, gran dirigente deportivo, amigo dilecto de Pedro Manini Ríos y cofundador con él del riverismo. También figuras clave de la historia de Peñarol, de Nacional y de otros equipos menores fueron dirigentes de los clubes y a la vez de la AUF: César Batlle Pacheco, Wilson Ferreira Aldunate, Atilio Narancio, Julio María Sosa y podríamos seguir de forma interminable. Esto no quiere decir que la teoría conspirativa, según la cual tras cada hito deportivo hay intereses políticos, sea cierta siempre. Pero, por ejemplo, que el club Peñarol siempre haya estado presidido por colorados no es algo menor. Y el hecho de que, en clave histórica, la mayor parte de los presidentes de Nacional hayan sido del Partido Nacional es algo que tampoco se puede ignorar. El fútbol y la política son las actividades que pueden concentrar la atención de toda la sociedad uruguaya en un determinado momento. Son también aquellas que generan las identidades más fuertes en un país que –a mi juicio para bien– tiene identidades más bien débiles.
¿En qué forma la clase política capitaliza el fútbol?
Aprovechando el poder de las identidades que genera este deporte, ha habido muchos dirigentes políticos que han recurrido a figurar en las directivas para mantener su popularidad, por ejemplo, en época de dictadura o en épocas de ascenso de su figura durante períodos de normalidad institucional. En medio de la dictadura, Julio María Sanguinetti fue secretario general de Peñarol y hoy es su presidente honorario. Wilson Ferreira Aldunate, en el arranque de su vida política, fue dirigente de Nacional y también de la AUF.
Sin embargo es cierto que, muchas veces, acciones como incursionar a nivel de la conducción de la AUF ha sido muy mal negocio para los políticos. Por ejemplo, al expresidente Tabaré Vázquez lo vetaron cuando tenía los respaldos necesarios para ser presidente de la AUF. Quien lo vetó venía por el lado de Peñarol y su argumentación fue que no era bueno que alguien procedente de un barrio popular y que, además, tenía una inclinación política hacia la izquierda (aunque Vázquez se afilió tardíamente al Partido Socialista) fuera presidente de la AUF. En otro momento más reciente de la historia del país, Hugo Batalla, mientras enfrentaba la posibilidad de ser candidato a la Presidencia de la República, fue presidente de la AUF durante una etapa especialmente conflictiva marcada por el episodio del enfrentamiento en torno a la dirección técnica del seleccionado (los tiempos de Luis Cubilla) y los jugadores “repatriados”. Bueno, con la licencia de especular en una forma que un historiador no debe hacer nunca, se podría decir que si Tabaré Vázquez hubiera sido presidente de la AUF, seguramente no hubiera sido intendente de Montevideo, ni posteriormente presidente de la República. Por otro lado, si Hugo Batalla no hubiera sido presidente de la AUF en la etapa tan conflictiva en la que desempeñó ese cargo, posiblemente habría tenido menos problemas en su carrera política.
«La política y el fútbol en Uruguay están intrínsecamente unidos en muchos aspectos desde el origen del fútbol uruguayo», dice Caetano. Foto cedida por Gerardo Caetano.
¿Cuál es tu lectura del uso del fútbol que hizo la dictadura militar?
Como ha pasado casi siempre en Uruguay, pero tal vez con mayor estridencia, los intentos de manipulación del fútbol por parte del régimen durante la dictadura fracasaron. Como lo cuenta muy bien la película sobre el Mundialito, en la que participé, todo intento de manipulación no prosperó a nivel de la receptividad popular. Al pueblo uruguayo no le gusta eso, tanto en dictadura como en democracia, pero especialmente en dictadura ese rechazo ante la manipulación se vio muy claramente. El Mundialito fue una prueba muy clara. Aun desde el triunfo, la expresión popular masiva no se asoció con el aplauso a los dictadores. No tuvimos nada semejante a lo del Mundial de 1978 en Argentina. Y no hay que caer en lecturas líricas o edulcoradas. No es que durante la dictadura, fútbol y política, como siempre, no hayan estado entreverados. Pero la manipulación grotesca de las manifestaciones populares no es algo que le guste a la gente en Uruguay, le genera rechazo. Y esa rebeldía casi inherente, que por cierto no tiene color político, siempre me ha gustado mucho.
¿Qué cambios se vivieron en el fútbol uruguayo tras 1973?
Como en todos los aspectos, la dictadura civil militar fue un período oscuro para el fútbol. Dirigentes de club que eran de izquierda no pudieron ser directivos, mientras que muchos militares ocuparon cargos para los que no tenían mínimas condiciones. El miedo y la mediocridad fueron moneda corriente, cristalizándose en intentos frustrados de manipulación del deporte en favor del régimen. Esto último lo viví muy especialmente en 1977, con el seleccionado juvenil uruguayo campeón en el Sudamericano de Venezuela y cuarto en el primer Mundial de Túnez. Por entonces, aunque a nivel mayor el seleccionado perdía, y feo, a nivel juvenil había una fuerte hegemonía uruguaya que perduró hasta 1981.
Por otro lado, también hubo experiencias dirigenciales y deportivas positivas frente a la adversidad, como la épica victoria de Defensor en 1976 –aunque aquí intervenga mi filia personal, el hito merece la mención–. Hubo grandes dirigentes al frente de la AUF y de algunos clubes –como Iocco, Del Campo, los Franzini y Arzuaga–, y el país vivió la emergencia mágica de grandes futbolistas como Morena, Carrasco, Francescoli, Ruben Paz, Venancio Ramos, entre muchos otros. También son destacables ciertas experiencias sociales en clubes menores con impacto barrial. Así, desde el fútbol, la sociedad civil supo resistir a su manera. Aunque aquel contexto opresivo no permitía grandes cambios, no todo fue oscuridad. Con todas las restricciones vitales que impone una dictadura, los ámbitos del fútbol pudieron ser refugios maravillosos, yo mismo puedo dar testimonio de ello.
¿Cómo influyó el fútbol en la conformación de la identidad uruguaya?
Creo que la épica de Uruguay es la épica del fútbol uruguayo. Todos los países tienen su épica, hay épicas que son guerras. Bueno, la de Uruguay está en la historia de su fútbol y esperemos que siga siendo así, porque los países muy épicos son trágicos. Sin duda, los trofeos del 24, 28, 30 y 50 tuvieron impactos sociales enormes. La épica asociada a ellos, que se divide en dos momentos, marcó efectivamente la identidad y el imaginario nacional de los uruguayos.
El primer ciclo victorioso de los años 1924, 1928 y 1930 coincidió con la construcción del primer imaginario nacional total de Uruguay, ya que fueron momentos en los que se terminaba de configurar el país laico, el país del Estado social, el país “hijo de inmigrantes”, el de la democracia republicana, y tantas otros significados que refieren de una u otra manera a un relato nacional más o menos compartido.
Todos los países tienen su épica, hay épicas que son guerras. Bueno, la de Uruguay está en la historia de su fútbol y esperemos que siga siendo así, porque los países muy épicos son trágicos. Sin duda, los trofeos del 24, 28, 30 y 50 tuvieron impactos sociales enormes. La épica asociada a ellos, que se divide en dos momentos, marcó efectivamente la identidad y el imaginario nacional de los uruguayos.
El primer equipo sudamericano que jugó en Europa fue la selección uruguaya en 1924, siendo algo absolutamente desconocido. Asimismo, su actuación, no solo en las Olimpíadas de Colombes sino en la gira previa, fue realmente excepcional; mostró una forma de juego tan diferente a cómo se jugaba en Europa (donde había nacido el fútbol) que generó un impacto absoluto. Lo cierto es que, en aquella época, en Uruguay y en Argentina se jugaba el fútbol más virtuoso del mundo.
En los años veinte en el Río de la Plata, de una forma completamente desconocida para el resto del mundo, se encontraban los equivalentes a los actuales Barcelona, Liverpool, Manchester City o a la actual selección de Francia. Argentina no participó en las Olimpíadas del 24 pero sí lo hizo en el 28, en Ámsterdam, y también participó en el primer campeonato Mundial oficial de la FIFA que se celebró en Montevideo. De hecho, la final de ese campeonato fue entre Argentina y Uruguay, y ganó Uruguay. Ahí fue cuando se configuró la idea de un pequeño país que, si podía lograr grandes cosas, las podía lograr de manera excepcional y algo misteriosa, en lo que ya se perfilaba como el deporte más popular del planeta. Esto se evidenció en sus victorias sobre equipos que por razones demográficas, económicas y hasta políticas eran claramente favoritos. Así se fue configurando la asociación de Uruguay con el mito de la lucha entre David y Goliat, del pequeño contra el gigante.
«Creo que la épica del fútbol en Uruguay es el fútbol uruguayo», explica Caetano. Foto: Rodrigo
¿Cómo afectó el Maracanazo a este mito nacional?
Después de la final del 30 se produjo un gran hiato, inicialmente provocado por conflictos en el seno de la FIFA, que llevaron a que Uruguay no participara en competiciones como las del 34 y el 38, sumado esto al estallido de la Segunda Guerra Mundial. Todo ello llevó a que Uruguay reapareciese en los campeonatos del mundo recién en 1950 en Brasil. Por entonces, Brasil ya había despegado como potencia futbolística, jugaba en su casa y construía el estadio más grande que se había construido jamás. Ahí, contra toda lógica, Uruguay volvió a ganar en su retorno a la copa del mundo. De ese modo, el relato de David frente a Goliat era retomado y alcanzaba continuidad.
Luego, en el mundial del 54, Uruguay seguía invicto en sus participaciones en las copas del mundo. Esto duró hasta el último partido en el que jugó Obdulio Varela, la figura épica del 50. Obdulio se lesionó en los cuartos de final contra Inglaterra, en un partido increíble. Uruguay perdía 2-1 y, como les gusta a los uruguayos, terminó ganando “de atrás” 4-2. Después fue a la semifinal contra lo que entonces decían que era el mejor equipo del mundo, la Hungría de Ferenc Puskas. Así, en una semifinal épica, Uruguay –sin Obdulio Varela–estaba perdiendo 2-0, empató en los últimos minutos con aquellos dos goles de Juan Hohberg y terminó perdiendo en el alargue. La memoria de todos estos eventos todavía sigue entre nosotros y configuró en nuestro imaginario nacional el relato de un pequeño país capaz de grandes hazañas y de ciertos excepcionalismos que son muy difíciles de explicar en clave racional. Un relato que volvería a hacerse valer con la llegada del maestro Tabárez a la dirección técnica de la selección.
¿Cómo surgió el mito de la garra charrúa?
Puede decirse que el mito de la garra charrúa fue desvirtuado durante la época de decadencia futbolística de Uruguay. Después del 54 vino una larga etapa de ostracismo en la que Uruguay persistió con nostalgia en ese relato glorioso, pero olvidando el núcleo de la historia. Entonces, Uruguay apelaba a la “garra charrúa” pero equivocada. Apelaba a que Uruguay ganaba “a prepo”, por una condición de coraje innato, jugando siempre al borde del reglamento, pero con mucha valentía. En realidad, Uruguay comenzó a vivir derrotas muy grandes que contradecían las bases del relato épico original. No había que jugar bien para ganar, se triunfaba por la camiseta y a “puro coraje”, sin planificación ni innovación. Era previsible que todo terminara mal.
Hay todo un debate sobre cuándo efectivamente surge la garra charrúa. Muchos estudiosos la ubican en el campeonato sudamericano de Santa Beatriz en Perú, en 1935. Allí era el último “canto del cisne” de aquella generación maravillosa de los olímpicos. Estaban José Nasazzi, Lorenzo Fernández, el Manco Castro y algún otro más. Pero era una generación ya en declinación porque sus jugadores eran veteranos y tenía a su frente a una Argentina renovada que jugaba muy bien al fútbol y que era la favorita para ganar. Sin embargo, nuevamente en una final realmente épica, Uruguay ganó 3-0 contra todos los pronósticos. Entonces, aunque era algo que venía de antes, ahí terminó de emerger ese relato de que Uruguay “gana por garra”.
La garra, bien entendida, es un mito muy positivo aunque, como todo mito, su articulación con la historia es compleja. En sus versiones más vulgares, la garra charrúa refería a una condición casi genética de la población aborigen del territorio que hoy es Uruguay. Ahí ya hay un error. Hoy sabemos por los arqueólogos y los antropólogos que han estudiado bien la Prehistoria que la población mayoritaria que habitaba por entonces este territorio no eran charrúas (una etnia muy pequeña, muy marginal), sino guaraníes. Lo que pasa es que decir garra guaraní nos confundiría con Paraguay, entonces no era una expresión adecuada para configurar un relato movilizador de masas.
¿Consideras positivo o negativo este mito?
La garra charrúa en su origen remitía a algo muy positivo. Es una condición emocional, según la cual frente a condiciones adversas se puede sacar lo mejor de cada uno y lo mejor del equipo, logrando prevalecer contra alguien que supuestamente es mejor. Esa es una condición que cualquier deportista en cualquier deporte requiere para ganar. No hay campeón en cualquier deporte que no tenga que sobreponerse a momentos adversos y para eso tiene que saber administrar bien sus recursos, principalmente sus factores psicológicos y emocionales. Esa es una gran virtud y Uruguay lo ha sabido hacer.
Ahora bien, la versión mala y perezosa de la garra charrúa es la que de alguna manera presupone que vaya a saber si Dios, el destino o quién le dio a Uruguay algo inexplicable que se traduce en un coraje mayor que el de otros estados nacionales y que hace que gane simplemente por ser Uruguay. Eso es muy malo y como fórmula ha probado un desempeño espantoso. Cuando Uruguay ha entrado así a jugar en cualquier deporte ha perdido y ha perdido por goleadas.
Cuando uno confronta la garra charrúa, primero tiene que entenderla como mito. Un mito es un relato épico con personajes elevados a la categoría de dioses que emblematiza una filosofía colectiva, que confronta conflictos cósmicos como el bien contra el mal, David contra Goliat, los pobres contra los ricos o la luz contra la sombra. Los mitos pueden ser utilizados de buena o de mala manera. Casi siempre fundan sabidurías y sentidos que calan a nivel popular.
Caetano define la garra charrúa como «una condición emocional, según la cual, frente a condiciones adversas se puede sacar lo mejor de cada uno y lo mejor del equipo, logrando prevalecer contra alguien que supuestamente es mejor». Foto cedida por Gerardo Caetano.
¿Qué relato se conforma con el Uruguay del Maestro Tabárez?
Me parece que la gran virtud del ciclo de Tabárez a partir de la participación uruguaya en el mundial de Sudáfrica en el 2010 fue no solo lograr éxitos deportivos, sino haber vuelto al núcleo positivo del relato originario de Uruguay, haber recuperado aquella historia. Una historia que no decía que Uruguay ganaba porque era más corajudo que su rival, sino que con su juego –que no es como juega el Barcelona, ni como juega Brasil o Argentina, sino con el juego que puede ofrecer Uruguay– puede ganar o perder contra cualquiera. Esto lo saben hoy todos los técnicos de cualquier selección del mundo.
La gran virtud de Tabárez es haber reencontrado el hilo de Ariadna que nos devolvió –habrá que ver por cuánto tiempo– las bases de aquella historia gloriosa, recuperando la mejor versión del viejo mito y volviéndola a poner en sus jugadores. ¿Por qué quieren tanto a jugadores como Godín, Suárez o a Cavani? ¿Por qué el jugador uruguayo cotiza hoy tan alto? Entre otras cosas, porque todos ellos portan la capacidad y las cualidades que da ese relato, ese factor anímico tan importante para ganar, no solo en la selección, sino en sus clubes.
«La gran virtud de Tabárez es haber reencontrado el hilo de Ariadna que nos devolvió las bases de aquella historia gloriosa, recuperando la mejor versión del viejo mito y volviéndola a poner en sus jugadores». Foto cedida por Gerardo Caetano.
¿Crees que existe algún tipo de relación dialógica entre el proceso Tabárez y el período de gobierno del Frente Amplio?
Todos sabemos que Tabárez es un hombre de izquierda y él ha sabido administrar muy bien eso. Sabe separar muy bien su condición política, ideológica, de su rol como conductor y líder de una selección, que es la selección de todo el país. Nunca ha puesto sus ideas políticas como una suerte de factor de diferencia respecto al país. Con sus jugadores no habla de política. Su plantel es muy plural y él es consciente de que está conduciendo algo que es muy importante para la mayoría de los uruguayos y lo ha hecho de una forma maravillosa.
Eso no quiere decir que otros no lo hayan cuestionado precisamente porque tienen ese recelo. Por ejemplo, no cabe duda que desde el “sanguinetismo” el Maestro es una figura no demasiado querida. Por otro lado, en ocasiones, a mi juicio en forma abusiva, se ha apelado a Tabárez desde la izquierda por su simbología, pero él ha sabido separar bien los tantos y nunca ha permitido que los éxitos deportivos de Uruguay hayan sido utilizados políticamente, lo cual hubiera sido muy ilegítimo. Además, como suele ocurrir en la historia uruguaya, cuando un régimen político o determinado gobierno o partido quiere utilizar un éxito deportivo a su favor, termina generando el efecto contrario. Esto fue muy claro, como dije, en el caso del Mundialito durante la dictadura y creo que ha sido claro siempre. En esta cuestión Tabárez sabe mucha historia y lo ha hecho muy bien.
¿No es posible entonces relacionar períodos políticos con períodos futbolísticos?
No cabe duda de que existen coincidencias históricas sobre las que puede haber múltiples interpretaciones. Los triunfos del 24, el 28 y el 30 se inscriben en ese momento híper optimista de Uruguay y quedaron de alguna manera muy asociados a él. Del mismo modo, existe otro nuevo ciclo compuesto por esta suerte de recuperación de la selección uruguaya en el Mundial de 2010 y también en el de 2014 –más allá del episodio de Suárez y la derrota con Colombia, los triunfos contra Inglaterra y contra Italia fueron realmente épicos–, así como por la actuación de Uruguay en Rusia, que a mi juicio fue absolutamente maravillosa. No cabe duda de que estas tres grandes actuaciones, con todo lo que despertaron a nivel social, se asociaron con un momento determinado que es la “era progresista”. Sin embargo, eso no evitó que en el ciclo electoral 2019 ganara la oposición.
De modo que por supuesto que las trayectorias del fútbol, como un deporte que apasiona a los uruguayos, también nos ayudan a construir relatos con proyección histórica y que hay imaginarios que tienden a asociarse con momentos de éxito deportivo o de crisis deportiva, pero eso no quiere decir que puedan ser manipulados en un sentido o en otro. Por ejemplo, durante mucho tiempo se asoció la crisis económica y social del modelo de bienestar uruguayo a finales de los cincuenta con la crisis de la garra charrúa. Recordemos que a nivel de los mundiales Uruguay empezó una época realmente muy magra a partir del año 58. Cuatro años después de la maravillosa selección del Mundial de Suiza, Uruguay perdió la clasificación al Mundial de Suecia en el 58, perdiendo 5-0 con Paraguay en Asunción. Y en ese partido el 9 de Uruguay era Óscar Míguez, que ocho años antes había sido el 9 de Maracaná. Después vinieron derrotas y un ciclo adverso a nivel de los seleccionados, aunque no de los dos grandes, Peñarol y Nacional.
Entre las cosas significativas –más allá de su muy controvertida personalidad– que dejó en su pluma Eleuterio Fernández Huidobro, que era el mejor talento literario del MLN Tupamaros, fue que “la crisis uruguaya empezó aquella tarde lluviosa de Lausana, cuando jugaban Uruguay y Hungría. En el último minuto, después de que Uruguay hubiera empatado 2 a 2, Juan Alberto Schiaffino eludió al arquero, tiró la pelota al arco vacío y la pelota se frenó en el barro a pocos centímetros de la línea de gol”. Es una imagen maravillosa, de película, que expresa una lectura en clave histórica de todo un momento social a partir de un momento deportivo. Igualmente, como toda imagen maravillosa, hay que dudar de ella. Schiaffino se pasó toda la vida explicando, con esa racionalidad que tenía, que la jugada no había sido así y que él había quedado en una situación casi imposible para poder meter la pelota en el arco. Pero la leyenda marcó eso.
LA MAGIA Y LA ÉPICA: UNA ANÉCDOTA FUTBOLÍSTICA
Siempre en los equipos de fútbol hay relatos de leyenda, una historia oral paralela que se va transmitiendo de generación en generación. Suelen ser historias imposibles en muchos casos, en las que simplemente aplicabas la razón y decías “no, eso no puede haber pasado”. Sin embargo, a veces te dejan pensando.
Yo recuerdo la historia de que, en la semifinal histórica contra Hungría, Juan Eduardo Hohberg, después de hacer los dos goles que daban a Uruguay el empate, había sufrido un episodio cardíaco –algunos llegaron a hablar de infarto– en la cancha. Se había sobrepuesto a esa crisis cardíaca y continuó jugando. Era algo que siempre se contaba en los planteles con mucha seriedad y a mí me provocaba cierta risa interior. Bien, a los años, Hohberg volvió a jugar. Su último partido como profesional fue en 1971 en Racing. En el segundo partido del campeonato uruguayo, Racing jugaba contra Peñarol. Entonces le hicieron un análisis cardíaco y le dijeron que no podía jugar. Le quitaron la ficha médica porque tenía una afección cardíaca. Bueno, a mí entonces se me cruzó por la mente aquel viejo relato pero seguí sin creerlo. Sin embargo, no hace mucho tiempo, vi un documental sobre aquel partido épico de Uruguay contra Hungría y me encuentro con algo sorprendente: en el documental de ese partido había un momento, después del empate uruguayo, en el que Hohberg aparecía totalmente inconsciente y Abate, que era el kinesiólogo uruguayo, le estaba dando masajes a la altura del corazón. Me quedé impactado. Me sigue pareciendo una total locura pero es maravilloso cómo una anécdota imposible, por esos hilos de la memoria, se vuelve, por lo menos, una posibilidad. Lo imposible adquiere una verosimilitud. Esa también es la base de la épica: hacer ver como posible lo que parece radicalmente imposible.